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Científicos de la Facultad de Ciencias usan moscas para identificar riesgos a largo plazo en la población, por sustancias "subletales"

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Científicos de la Facultad de Ciencias usan moscas para identificar riesgos a largo plazo en la población, por sustancias "subletales"

por Susana Paz

Todos los días la población está expuesta a agentes que se encuentran en productos de limpieza, alimentos, aromatizantes o pesticidas y se tiene poca información sobre sus efectos en el largo plazo, por lo que es necesario realizar estudios para conocer sus consecuencias en la salud o generar advertencia sobre su uso.

En el Laboratorio de Genética y Toxicología Ambiental de la Facultad de Ciencias de la UNAM, la doctora Patricia Ramos Morales encabeza el grupo que realiza estudios para crear nuevos modelos para evaluar riesgos en agentes de baja intensidad. El fin es generar información sobre el uso de sustancias cotidianas para conocer sus consecuencias y prevenir a la población sobre su uso.

La también responsable del Banco de Moscas en Ciencias explicó que la idea fundamental es encontrar y estudiar las "concentraciones subletales" en diversos productos para poder generar nuevas formas de análisis que midan la capacidad de esos agentes, en su fase reproductiva, la sobrevivencia y su toxicidad.

“Me interesa entender de qué manera los diferentes agentes ambientales pueden dañar el material genético de los organismos para lo cual ocupamos un modelo que es la mosca del vinagre (Drosophila melanogaster). Mi intención es entenderlo en organismos in vivo, para ver cuáles son los posibles efectos que pueden tener en su capacidad reproductiva, en la sobrevivencia, de la toxicidad, si hay un efecto más claro sobre uno de los dos sexos, en fin, muchas cosas que a los humanos nos interesan, sobre todo porque actualmente tenemos una fuerte crisis de fertilidad en humanos que, se ha sugerido, se debe también a los altos niveles de contaminación que existen en el ambiente”.  

Explica que los casos de los accidentes nucleares de Chernobyl, Fukushima o el de la aldea Minamata en Japón, por citar algunos de los más conocidos y catastróficos, son ejemplos que tienen en común que son grandes emergencias, casos extraordinarios, que afortunadamente no son tan frecuentes por lo que permiten entender mejor cuáles han sido sus efectos. 

“Pero lo que no se ve ahí es qué pasa con las cosas cotidianas. Porque todos los días nos exponemos a muchos agentes, en general los mutágenos, la mayoría que en concentraciones bajas llegan a tener efecto, no se sienten, no duelen, no te das cuenta que puedan tener algún efecto. No te das cuenta pero todos los días estamos expuestos a ellos. Pueden ser parte de la dieta, como aditivos de alimentos. Los usamos todos los días pero no hay evidencia que diga que son peligrosos”. 

Para la investigadora, eso cotidiano es muy importante porque es lo más frecuente, porque está todos los días en la calle, en el transporte, en la casa, en donde tenemos cosas que son carcinogénicos que no sabemos que lo son y que no están debidamente almacenados y conservados. 

“Todas estas pequeñas cosas son lo que hacen los efectos más grandes, porque no alertan a los sistemas. Y ya cuando te das cuenta es cuando ya están totalmente avanzados en muchos de los casos. Eso es el tenor de lo que enmarca lo que hago, la idea es que los estudiantes de otras áreas se den cuenta que para hacer ese tipo de evaluaciones se requieren herramientas fuertes de matemáticas, de cómputo, de estadística, y que hay que ensayar otras metodologías”. 

El objetivo de sus investigaciones es llegar a entender cuáles serían los indicadores que sugieren que hay un problema en una población que está siendo expuesta. Para ello utilizan modelos con moscas, haciendo familias y siguiendo a las familias, con el fin de tratar de entender cuáles son las primeras evidencias de que una población está en peligro. Una de las más importantes y de las primeras que aparecen es la esterilidad. 

“Visto con el modelo de la mosca sabemos que una de las cosas que se pierde es la fertilidad y la fertilidad en humanos está muy identificada. Para concluir qué compuesto es peligroso o no, el panorama puede ser diferente para cada uno, pero sí podemos utilizar marcadores de toxicidad, por ejemplo, si el organismo muere o no muere, muere antes de tiempo, si acorta su esperanza de vida, tiene un tamaño menor, o cualquier cosa que te puede indicar que tenga un problema. Todos eso que pasa en las moscas sabemos que puede pasar en el humano, y puede indicar que algo es un disruptor hormonal, carcinógeno o indicador de daño genético”.

Estudio en niveles de baja intensidad

La especialista afirma que, en general, uno de los problemas que hay en el tema de evaluación de riesgos es que las respuestas a dosis altas de diversos contaminantes es bastante regular, y generalmente los grupos de investigación buscan respuestas muy reproducibles, las cuales se obtienen de una manera relativamente sencilla cuando la intensidad del tratamiento es alta. 

Para entender esto, la investigadora expone un ejemplo: “Un ejercicio que les digo a mis estudiantes es que piensen en un temblor de dos grados, el cual casi no lo sentimos, de tres a lo mejor ya se siente un poco, pero uno de 7 grados todos los sentimos y todos lo interpretamos igual, y salimos a las zonas de resguardo. Si pudiéramos medir niveles de adrenalina podríamos ver que todos estamos en el tope, pero esto no pasa en concentraciones muy bajas”.  

Esto mismo, explica, es lo que pasa con los agentes químicos, nuestro cuerpo no va a reaccionar ante cualquier agente químico a menos que la intensidad sea suficiente para echar a andar la respuesta de defensa. Es por ello que en toxicología se evalúan concentraciones que a la larga resultan demasiado altas y que, en ese sentido, su aplicación para evaluación de riesgo es baja. 

“La idea es encontrar elementos que nos permitan estudiar lo que llamamos concentraciones subletales, es decir, compuestos que no maten al organismo pero que sí generen un potencial riesgo, estos son los que a mí me interesan. Entonces mi grupo trabaja con dosis bajas”.  

En este caso, el problema que enfrentan es numérico, puesto que en intensidades bajas la respuesta es heterogénea, por lo que los métodos estadísticos con los que se cuentan para evaluar, medir o estimar el efecto, por un lado no son sensibles a variaciones en la respuesta que se presentan en las dosis bajas, o los mismos supuestos en las metodologías se violan por esa diferente variación que existe sobre los grupos se comparan; sin embargo, no se puede negar el efecto biológico, puesto que una cosa es el efecto biológico y otra el estadístico. 

Esto es importante porque cuando coinciden ambos, hay efecto biológico y estadístico, se  habla de un positivo, pero si no hay efecto ni uno ni otro, se refiere a un negativo; pero si presenta un efecto estadístico y no biológico, es un falso positivo. 

“El problema es severo cuando tienes un compuesto o un agente que tiene un efecto biológico pero numéricamente no lo ves, es negativo, o se presenta lo que llamamos falso negativos. En la historia hay ejemplos de falsos negativos, como la talidomida, que se usó en los 60 y 70, y muchas de las mujeres que lo ingirieron tuvieron hijos con malformaciones y alteraciones muy severas. Ese tipo de drogas sigue siendo un falso negativo a pesar de que sabemos que causan ese tipo de efectos teratogénicos”. 

Ese tipo de ejemplos, afirma la investigadora, son los que los hacen buscar elementos para poder estudiar los compuestos a dosis bajas y poderlos evaluar. 

“Para esto es que se ocupan estas metodologías, lo importante es que toda esta información se reúne con los diversos modelos, que son muchos, y que van desde bacterias hasta los estudios epidemiológicos y hay órganos internacionales como la Agencia de Protección Ambiental (EPA) y la Agencia Internacional de Investigación sobre Cáncer (IARC) que son encargados de integrarlos, revisar lo publicado, y con esto se hacen paneles para que las agencias de salud den a conocer los resultados. La intención es que se reduzca la exposición en los laboratorios que trabajamos estos temas, no se contamine el ambiente haciendo estudios que se requieren y para que se avance en el conocimiento de los temas que hagan falta. Son listas muy grandes que publican estos organismos y están accesibles como monografías que se pueden consultar”. 

La doctora Patricia Ramos considera que la invitación a los estudiantes es a hacer interdisciplina, a desarrollar otras herramientas, a reunirse con biólogos, físicos, matemáticos, médicos, para entender mejor los riesgos a los que estamos expuestos y desarrollar estrategias que permitan hacer evaluación sobre todo de efectos in vivo, porque finalmente es a lo que estamos expuestos los humanos.